Hay tantos viajes como motivos para desplazarse. La visita a un familiar, el deseo de conocer otros lugares o una relación de negocios, por ejemplo, son razones que desde la antigüedad llevan a las personas a recorrer caminos y veredas. Estas vías de comunicación presentan el problema habitual de la dificultad de atravesar los ríos que se encuentran a su paso. Los puentes eran costosos y técnicamente complejos, de modo que, en muchos casos era necesario acudir a una fórmula más económica, aunque también más peligrosa: las denominadas “barcas de pasaje”.
Dentro de la geografía ourensana, una de las más importantes, por comunicar ricas comarcas vitícolas y situarse en la periferia de la ciudad de Ourense, era la barca de Barbantes (Cenlle), que comunicaba en la otra orilla con tierras de Puga (Toén). Conocida desde el siglo X, perteneció hasta tiempos modernos a los señores de la Torre de Puga, como se recoge en el libro As barcas e as barcas de pasaxe da provincia de Ourense no Antigo Réxime de Gallego Domínguez, junto con todos los avatares que en su historia sufrió esta infraestructura.
Alrededor de 1930, Diego Quiroga Losada, Marqués de Santa María del Villar, captó una imagen de esta embarcación en funcionamiento. En ella se reconoce una barca plana y de grandes dimensiones, manejada por medio de una maroma, que tendida entre las dos orillas del río era tirada por varias personas.
Los tiempos cambiaron, la imagen cambió hoy absolutamente. La centenaria barca cayó en desuso y metros más arriba un moderno viaducto la sustituyó. Pero hay fundamentos que permanecieron invariables; por necesidad -como los pasajeros de la barca- o por placer -como el Marqués de Santa María del Villar-, es necesario viajar.