Baños de mar
Aunque cada vez más extendida, la moda de ir a la playa a bañarse, era costumbre y posibilidad de la alta sociedad o cuando menos de las clases medias. La finales del siglo XIX, dentro de las corrientes higienistas, se recomendaban como remedio de ciertas dolencias los baños de mar o de olas. Eso sí, tenían que ser fríos. A principios del siglo XX las playas frías del norte de España tenían la primacía en el panorama turístico nacional. De Ourense se viajaba a Baiona, Vigo o A Coruña. En ocasiones en la prensa ourensana se solicitaba ayuda para personas a las que se le habían recetado baños de mar para sus dolencias y no podían costearse el viaje. Para resolver este problema el ayuntamiento de Ourense tenía en 1927 un programa mediante el cual le sufragaba la estancia en el sanatorio marítimo de Oza a las niñas y niños que figuraban en el padrón municipal de pobres.
A medida que avanza el siglo, los adelantos en la medicina restaron valor a las creencias en las propiedades curativas de las aguas. Los «baños de mar», son ahora espacio más de ocio y socialización. Fuera del agua había que reponerse con un refrigerio a base de bizcocho y caldo, acompañado de una copa de vino. No es extraño que los centros turísticos del litoral comiencen a reconducir su orientación hacia la diversión y el ocio.
El siglo va a ver cómo se van aligerando las prendas de baño. De los vestidos largos y tocados en cabeza a trajes de baño aparentemente más cómodos por la reducción de centímetros de tela. En esta década desaparecerán las mangas de los trajes de baño y las medias, pero seguían siendo igualmente pesados al ser en muchos casos de lana.
A finales de la década se pone de moda el bronceado. También se lleva practicar natación. Todo conduce a que a partir de entonces se busque más el sol y aguas más calientes, de modo que estas playas frías van a ir poco a poco cediendo el protagonismo a las playas del sur del país.