Indumentaria
La moda penetra en España como por toda Europa, divulgada por las imágenes de las revistas. Las ilustraciones representan mujeres esbeltas, fumando, con faldas talas y peinado a la garçonne. Es el estilo de las «modernas» de las ciudades que al modo de los nuevos tiempos, se cortan definitiva y radicalmente la melena, dando así por terminada una época. Era más que una moda, un símbolo. Escribía «Colombine», Carmen de Burgos, que las mujeres trabajadoras y las deportivas no disponían de tiempo para hacerse peinados llenos de complicaciones. La mujer emancipada no llevaba cabellos largos ni faldas largas.
Las mujeres ya no debían destacar sus curvas y los vestidos de una pieza carecían de corsés y forma. La ropa debía ser sencilla y práctica, sin dejar de ser elegante. Posteriormente el patrón se va estrechando y ciñendo al cuerpo. Parte del atuendo femenino se masculiniza. Hay mujeres que pueden vestir chaqueta de traje, pero el pantalón solo lo utilizarían las más atrevidas, para el campo o la nieve; ninguna mujer se atrevería a salir con él por una ciudad.
La indumentaria masculina tuvo menor transformación. Predomina el corte clásico, ahora con colores más claros y combinaciones de tejidos entre pantalón y chaqueta. Abundan los «pollos», «pollos bien» o «pollos pera» que cuidaban hasta el último detalle del vestuario. El famoso canotier (sombrero de paja) que hizo famoso Maurice Chevallier, era casi indispensable en las salidas de verano. A finales de la década, los extremadamente amplios pantalones Oxford, se ponen de moda. Las chaquetas son largas y con amplias solapas. Con este corte comenzó a confeccionar sus trajes el sastre coruñés Luis Huici quien regularmente se trasladaba a Ourense a vestir a los dandis ourensanos. No faltaba en el corte Huici el chaleco cruzado y a finales de la década la chaqueta floja de hombros anchos.
La moda se generalizó porque la fabricación y la confección era mucho menos costosa. Si no se prestaba atención al material, detalles del corte o a los accesorios no se distinguían clases sociales.
No obstante, fuera de las ciudades y de estos grupos reducidos, la realidad de la década de los 20 era muy distinta. En 1922, el viajero inglés Aubrey F. G. Bell nos describe la imagen mayoritaria de las gentes de la provincia, en su mayoría como la de décadas antes: «Los hombres, cuando van a la misa visten de terciopelo negro o castaño, o con pana o paño marrón, con camisas blancas sin corbata y con sombreros de fieltro, mayormente negros, a veces marrones o grises [...] Los niños visten de pana marrón y con enormes gorras azules […] Las mujeres de caras largas y ovaladas llevan paños marrones o carmesís atados por debajo del papo, y tanto las mujeres como las chicas usan corsés que llegan no hasta la cintura sino hasta la rodilla.”