Estatua de guerrero, del siglo I d. C., de la que solo se conserva el torso cortado justo por debajo del cinto, con las características iconográficas de las estatuas de guerreros galaicos: figura erguida con los brazos pegados al cuerpo, aunque el izquierdo está mutilado por debajo de los brazaletes. La mano derecha sostiene una espada de hoja ancha y alargada de tipo parazolium y reposa en el escudo redondo o caetra completamente liso, sin señales de inscripción o decoración y con el umbo destacado ligeramente. Viste sagum, túnica corta, rematada en los brazos a media manga, por encima de los brazaletes o viria, que están formados por tres o cuatro molduras, según sea el brazo izquierdo o el derecho, y lleva una coraza a la que le faltan los bordes superiores. Aunque muy erosionada, se ve una línea vertical que corre por el centro del pecho y por la espalda. El cinto está formado por dos baquetas o toros lisos paralelos.
La mayor parte de las estatuas de este tipo fueron encontradas fuera de contexto, reaprovechadas como material constructivo, siempre próximas a yacimientos castreños con una fuerte presencia romana. La pieza que nos ocupa, según relata Conde Valvís, formaba pareja con otra que recordaba ver de niño encima de la baranda de una casa en Outeiro de Laxe. Ambas ingresaron en el Museo en 1953. Sobre la funcionalidad de estas figuras se enunciaron diversas hipótesis, siendo interpretadas como: funerarias, votivas, honoríficas, consagración de los jefes o guerreros muertos, príncipes o héroes locales que luchaban en las tropas auxiliares romanas, etc. Recientes investigaciones las sitúan en las entradas de los castros, incluso en los que conocieron un importante desarrollo después de la conquista romana. De este modo, como señala Calo Lourido, los guerreros serían un instrumento que usaba Roma en el proceso de aculturación, permitiendo que los notables del castro levantasen estatuas con su propia identidad formal.
Más información en la Pieza del mes de mayo de 1999