En la primavera de 1959, próximo ya a los 80 años, conservaba el Marqués de Santa María del Villar intacta su esencia: la pasión por la fotografía unida a una incansable afición viajera. Cualidades personales que destinó a la divulgación del patrimonio cultural lo que lo llevó a recorrer prácticamente todos los puntos de la geografía española, entre ellos, en varias ocasiones la provincia de Ourense. Sus monumentos, su paisaje, sus gentes captaron la atención del artista y sobre ellas escribe en los medios más importantes del momento.
Obsesionado con la autenticidad, su fotografía trata de reflejar lo más fielmente la belleza. Para él el secreto consistía en buscar los relieves en los efectos de las luces. El arte fotográfico sería siempre un juego difícil y lleno de sorpresas con ese elemento sutil y casi inaprensible que es la luz. Naturalidad que defendía igualmente cuando trataba la figura humana. Su intención era retratar la vida de su época, una sociedad esencialmente rural, sin poses ni artificios. Por eso solía viajar con una cámara ligera que lo hacía pasar desapercibido, sin que su presencia modificase el comportamiento de las personas. Se trata de una fotografía de reportaje frente a una de intervención que practicaron la mayoría de sus contemporáneos.
En ese año del 59 captura varias imágenes de la villa de Allariz; entre ellas la de la Rúa da Ferreiría. En esta vista el artista consigue plasmar los elementos verdaderamente importantes del escenario escogido. Entre las viviendas, que en la trasera atesoran el lienzo de la muralla medieval, transcurre la vida diaria de la calle. Al fondo una mujer camina de espaldas con prisa hacia un burro cargado mientras otra que permanece sentada en el quicio de una puerta, casi integrada en la arquitectura, armoniza la escena con la postura de alguien que espera que pase algo, aunque tal vez nunca suceda nada. Las profundas roderas labradas en el discurso del tiempo son las protagonistas de la imagen remitiéndonos metafóricamente a un lugar moldeado a lo largo de los siglos con una larga historia.
La fotografía como documento permite conservar un instante del pasado. Permite que algo pueda ser visto de nuevo. Por eso transmite nostalgia. Pero esa sensación es menor cuando, como en el caso de la milenaria villa de Allariz, se supo preservar la esencia.