Sanidad
«Donde no hace mucho tiempo luchaban los hombres contra las fieras van a luchar ahora los hombres de ciencia contra los microbios». En 1922 el doctor Rionegro aludía al antiguo solar de la plaza de toros en el que ahora se inauguraba un Hospital de infecciosos. Era la respuesta de la sociedad ourensana a la epidemia gripal de 1918. La necesidad de infraestructuras era acuciante. La pandemia de la gripe había puesto en evidencia la necesidad de hospitales que solo la actitud decidida de personas como el propio Rionegro o Juan Guerra Valdés, en la comarca de Verín, pudo resolver. No obstante, el Hospitalillo de Ourense, construido por suscripción popular, carecía de agua corriente, luz y del equipamiento necesario, motivo por el que fue totalmente desaprovechado.
Cierto es que desde 1921 existía el Instituto Provincial de Higiene, que desde 1923 debe estar sostenido por la provincia y encomendarse del control de las enfermedades infecto-contagiosas. Se hacían en este centro análisis de agua, orina, sangre y también de bebidas y alimentos. Desde aquí se organizaron las campañas de vacunación de enfermedades que seguían siendo temibles: viruela, cólera, tuberculosis…
Para atender esta última, una mancomunidad de las provincias de Lugo, Ourense y Pontevedra acomete la iniciativa de construir y sostener un edificio de la Leprosería Regional del Noroeste de España a situar en Toén. La Diputación de Ourense aprobó el proyecto en 1928. Nunca llegó a ser finalizado cómo tal. Años después se retomaría el proyecto reconvertido en Hospital psiquiátrico.
La gran obra de esta época fue poder finalizar la construcción del nuevo Hospital provincial. Concebido desde comienzos de siglo, las obras se paralizaron en 1917 y hasta 1925 no se retoman. En 1930 se inicia el servicio en los nuevos pabellones (dividido así para ganar luminosidad y ventilación) situados a las afueras de la ciudad, en un solar de As Lagoas.
El traslado del antiguo Hospital de las Mercedes dejaría más espacio para Asilo provincial en el que eran acogidas las personas ancianas desamparadas. La Inclusa, tenía espacio propio en el nuevo Hospital. Se marcaba el reto de disminuir la mortalidad del centro que llegaba casi al 60 %. En cambio, la provincia carecía de un orfanato, quedando esta protección en manos particulares o fundaciones como la que erige Ángela Santamarina Alducín en el asilo del Santo Ángel en el que daba auxilio a huérfanas de los 3 a los 24 años.